En una tranquila ciudad suburbana, una joven llamada Sarah pasea distraídamente por el parque cuando se detiene frente a un mimo callejero que actúa en completo silencio. El artista, con rostro pálido y expresión enigmática, parece encerrar en sus gestos una intensidad que llama poderosamente su atención. Lo que comienza como una simple curiosidad se transforma poco a poco en una inquietud difícil de explicar.
Durante los días siguientes, Sarah vuelve a ver al mimo en distintos lugares de la ciudad, siempre actuando solo, siempre sin emitir una palabra. Ella empieza a notar que sus movimientos parecen dirigidos únicamente a ella, como si estuviera contando una historia que solo ella puede entender. El resto de las personas pasan sin darle importancia, pero Sarah siente que algo no va bien.
Una tarde, mientras lo observa desde cierta distancia, ve al mimo realizar una representación inquietante: reproduce con sus gestos una escena de alguien atrapado en una caja invisible, golpeando desesperadamente las paredes como si implorara salir. Al terminar, se detiene, la mira fijamente y sonríe con un gesto tan frío que la paraliza.
Esa noche, Sarah comienza a tener pesadillas. Sueña que está caminando por una calle silenciosa y desierta, y que el mimo la sigue, imitando cada uno de sus pasos. Lo más perturbador es que, en el sueño, los sonidos desaparecen por completo: solo hay silencio absoluto y los gestos del extraño personaje.
Al despertar, un silencio extraño invade su casa. La televisión, el reloj, incluso los sonidos exteriores parecen haberse desvanecido. Confundida y asustada, mira por la ventana... y lo ve: el mimo está ahí, de pie en medio de la calle, mirando directamente hacia ella.
Decidida a enfrentarse a aquello que la acosa, Sarah sale de casa y se aproxima lentamente. Pero en cuanto cruza la puerta, se da cuenta de que no puede hablar. Su voz ha desaparecido. El mimo, con un leve movimiento de mano, comienza a “interpretar” sus gestos, como si ahora fuese él quien controla cada movimiento que ella hace.
La lucha se vuelve psicológica y visual: Sarah intenta resistirse, pero sus brazos y piernas se mueven bajo la voluntad invisible del mimo. Como una marioneta silenciosa, se ve arrastrada hacia una caja invisible que se va cerrando alrededor de ella.
Mime termina con una imagen escalofriante: el mimo vuelve a actuar tranquilamente en el parque, mientras una figura inmóvil con rostro aterrado permanece atrapada dentro de una caja invisible… y esta vez, se trata de Sarah.