En medio de un mar cubierto por una espesa niebla, un marinero solitario navega en su pequeña embarcación de vela. Es un día como cualquier otro hasta que, a través de la bruma, divisa la silueta de un yate aparentemente abandonado. Intrigado, decide acercarse para investigar, pensando que podría tratarse de un barco a la deriva o de un naufragio reciente.
Al abordar el yate, el silencio es absoluto. No hay señales de vida, pero sí objetos personales, ropa y comida a medio consumir, como si la tripulación hubiese desaparecido de repente. El marinero siente una incomodidad creciente, pero su curiosidad y la necesidad de encontrar respuestas lo empujan a explorar cada rincón.
Mientras recorre la embarcación, la niebla se cierra aún más y su propio bote se aleja, soltado de manera misteriosa. Al regresar a cubierta, descubre que las puertas se han cerrado solas. La sensación es inquietante: el yate parece “despertar” y actuar por voluntad propia.
Pronto se convierte en un prisionero de acero y madera. Las compuertas se bloquean, las escotillas se cierran, y cada intento de escapar es frustrado por el mismo barco. Sin señales de radio y sin forma de pedir ayuda, se ve obligado a sobrevivir con los recursos limitados a bordo.
A medida que pasan las horas, el marinero empieza a percibir patrones: el barco no actúa al azar, sino que reacciona a sus movimientos, como si lo estuviera vigilando. Las noches son las peores, con el crujir de la madera, el golpeteo de las olas y la sensación constante de que hay algo —o alguien— moviéndose fuera de su campo de visión.
El hambre, la sed y el agotamiento mental lo llevan a un estado de paranoia. Intenta forzar cerraduras, improvisar herramientas y hasta lanzarse al agua, pero cada intento termina en fracaso. El mar abierto y la niebla infinita hacen imposible orientarse; parece atrapado en un limbo flotante.
En un último y desesperado esfuerzo, el marinero idea un plan para engañar al barco, usando su conocimiento náutico para manipular velas y timón de manera imprevista. La lucha se convierte en un pulso silencioso entre hombre y máquina, un duelo donde cada movimiento cuenta.
The Boat culmina con un final abierto y perturbador: el marinero desaparece en la niebla, dejando al espectador con la duda de si logró escapar o si el yate, como un depredador paciente, volvió a reclamar a su presa. El océano vuelve a la calma, esperando a su próxima víctima.